Todo lo que sube baja, todo lo que muere revive.

 

Todo lo que sube baja, todo lo que muere revive.

 

Una palada más sobre su rostro. Jacinto, el enterrador,  la miraba de nuevo. Acostumbrado estaba a su presencia. Verla salir y regresar ya era un hábito suyo. 

 

¡Pobre muchachita!, tener que revivir para morir, una muerte u otra, todas tan espectaculares y llamativas.

 

¡Mujer asesinada en un convento! ¡Encuentran a mujer en baldío! ¡Asesino serial termina con su última víctima! Notas rojas por doquier. Antes se asustaba, ahora todo era tan normal.

 

Recordaba la primera vez que la había visto salir. Con sus manos blancas atravesando la tierra. Aquel día pegó un brinco y corrió a la capilla de la iglesia.  Rezó tantas “aves marías” como pudo y conjuró a todos los santos que conocía.

 

Bianca, como había puesto a la muchacha, lo ignoró. Caminó desnuda por entre los pasillos, su rostro no mostraba expresión alguna, tenía los ojos fijos en la nada y los labios apretados.

 

Cuando el miedo se le pasó al enterrador, se asomó por la puerta para vigilarla. La vio agacharse en un árbol y escarbar entre la tierra. Se pasó la lengua por los labios, era bonita, considerando que era una muerta. Se secó el sudor de la frente y rascó la nariz para distraerse.

 

La joven sacó un bulto y lo desenvolvió. Era ropa, gastada y poco limpia. Se vistió con ella y siguió caminando hasta la puerta del panteón. El hombre la vio irse.  Pasmado, paso la noche en ese lugar, entre sustos y excitaciones.

 

No le contó a ninguno de sus compañeros por miedo a que creyeran que estaba loco, de por sí, la gente le miraba raro. A sus 50 y tantos años jamás se había casado, vivía solo en una casita y pasaba su tiempo libre comprando carritos. Eso, sin contar que su última relación amorosa había sido un fracaso.

 

No era un hombre sano, o eso era lo que decían, pero a él le daba igual, porque estaba seguro que no se vivía la vida de acuerdo a lo que los demás querían.

 

El segundo encuentro con Bianca fue un mes después, cuando le pidieran abrir una fosa común más. La ciudad estaba repleta de muertos, en su mayoría desconocidos, que era difícil mantenerse con un solo lugar. En dos años llevaban 7 fosas comunes, ahora ocho, con la nueva.

 

Jacinto había dejado la pala y el cargamento de cuerpos recién llegaba. Saco uno por uno de las bolsas, con un peculiar ritmo; abre, tira, abre, tira. Se detuvo justo en ella, ese cuerpo particular, flacucho, blanco, con la piel reseca. No tenía muchas curvas, pero a él le seguía pareciendo bonita. Miró de un lado a otro, vigilando que nadie fuera a llegar.

 

 – ¡Ey! –dijo con la voz asustadiza.

 

Miro una vez más, no fuera que a su lista le agregaran: “y habla con los muertos”

 

– ¡Ey! – volvió a repetir y nada pasó.

 

Tan muerta como los demás. Resignado la echo a la fosa y siguió con el mismo ritmo, observando de vez en cuando la tumba, por si decidía levantarse y revivir como la otra noche.

 

La tercera vez que la encontró fue después de una exhaustiva investigación. Vampiros, zombis, espectros y cosas similares fueron sus temas de búsqueda. Internet hablaba de muchas cosas, lo cual lo llevaba a estar confundido. No era de películas de horror y aun así se analizó todas las que hablaban del tema. Tenía que ser un experto si quería tratar con ella.

 

La esperó en su árbol, armado con una estaca, apenas convencido de que fuera un vampiro- era la descripción que más encajaba.

 

Los pasos de Bianca se hicieron presentes, la vio acercarse, con el pelo revuelto y un olor a putrefacción. Bianca se agachó como siempre y sacó su ropa. Fue una sorpresa cuando la estaca atravesó su pecho. Sus ojos negros se abrieron grandes y se quedaron fijos en el rostro de Jacinto. Poco a poco se opacaron y ella cayó al piso en un charco de sangre.

 

Jacinto se asustó y huyó de la escena. Por suerte llevaba los guantes, así nadie podría dar con él.

 

Pronto vio a Bianca en el periódico, el primer titular que leyó de ella. “Mujer es asesinada en el cementerio”. Los policías investigaron pero no hallaron nada. ¿Qué podían encontrar? ¿Una muerta, muriendo de nuevo?

 

Eso tranquilizó un poco a Jacinto, aunque pasaba el tiempo asustado, temeroso de que ella volviera, de que tomara venganza y lo asesinara.

 

Se llevó otra sorpresa, cuando dos meses después del hecho apareció ella de nuevo. Él estaba en otra tumba, llevaba tiempo alejándose de la fosa común. Jugaba con un gato, cuando unos brazos se posaron alrededor de su cintura, un cuerpo helado se pegó al suyo y el olor a muerte se extendió.

 

Se estremeció y giró sobre sus pies, topándose frente a frente con la muerta viva. Sus ojos inquietos se pasearon por el rostro ajeno, impaciente de saber qué es lo que escondía.

 

Una sonata se escuchó y sus piernas se movieron al ritmo de está. Su mano aferrada a la cintura de Bianca y la otra en la de ella. La neblina acrecentó en tonos rojos y un baile demencial se presenció.

 

No pararon hasta que la última estrella se ocultó. Entonces, entre mareos, Jacinto la vio partir con el rostro dibujando sobre ella una ligera sonrisa. No supo si era hermosa o un tanto siniestra. La muchacha desapareció entre los pasillos y él se perdió en un largo sueño.

 

Los siguientes días se la pasó buscando a Bianca. Sin embargo no supo nada de ella hasta que encontró otro titular. Bianca y los titulares.

 

Espero ansioso otro mes y otro. Y el patrón se repitió de nuevo, un encuentro, una sonrisa, otra muerte y otros meses.

 

Así estaban desde entonces, disfrutaban de sus cuerpos, pero no había nada verdadero. Bianca no hablaba, sólo sonreía y bailaba.  Jacinto, en cambio, la extrañaba por meses, tratando de buscar su paradero, si estaba viva podría encontrarla y pasar más noches, juntos.

 

Nunca había nada sobre ella, hasta el día de su muerte y su resurrección. Justo como ahora que la música comenzaba a sonar y el baile otra vez era presente.

 

Jacinto trato de parar, sin embargo no pudo, sus pies parecían vivos y tomaban las riendas de su cuerpo, lo hacían moverse y seguir la música. Otra noche que pasaría ahí. Otra mañana sobre una tumba.

 

– Bianca –la llamó.

 

Ella no contesto.

 

– ¡Para!

 

Nada de nuevo, sólo la música y sus pies.

 

El ritmo se fue distorsionando hacia uno más rápido y todo carecía de sentido. Se encontró girando como caballo de carrusel, mientras el rostro de Bianca se deformaba en una mueca psicótica.

 

La risa de ella se expandió en el aire y el mareo regreso. Jacinto cayó al piso, perdido por el fulgor del momento. Bianca siguió riendo y girando, se elevó por los aires y se esfumó.

 

Jacinto permaneció inmóvil unos instantes, antes de dejar que el sueño lo envolviera. No despertó hasta que uno de sus compañeros lo movió. Luis un hombre joven de rostro afilado y simpático. No eran muy amigos, pero de vez en vez se encontraban.

 

– ¿Está bien Don? –preguntó Luis con un tono de preocupación.

 

– Am… si -  contestó balbuceando.

 

– Fue una mala noche –aseguró el joven.

 

– ¿Por qué lo dices?

 

–Ya sabe Don… cosas.

 

– Esas son puras pendejadas – dijo Jacinto receloso –en este lugar no pasa nada, créeme llevo mis años aquí.

 

Y no es que quisiera convencer a Luis o tranquilizarlo, sólo lo hacía porque quería conservar a Bianca para el mismo. No quería a nadie más merodeando con ella, ni danzando. Bianca era suya, era la muerte que lo seducía, que lo hacía perder la cordura.

 

Por su parte Luis no se fiaba de lo que decía. Jacinto estaba cambiado, siempre había sido un hombre silencioso, más bien sereno, no extraño y retraído, como últimamente parecía.

 

Sus compañeros comenzaban a hablar de él con malas intenciones, decían que el hombre se dedicaba a la bebida, decepcionado por su último amor.

 

Luis, ciertamente, no sabía que creer, una noche mientras caminaba, lo encontró en medio de la penumbra, bailando con algo o alguien. No se quedó para averiguar; el miedo se hizo presente y se marchó de ahí. Si le preguntaban a él, ser velador de un cementerio no era el mejor trabajo, sobre todo porque tantos rumores y tantas cosas asustaban a cualquiera.

 

Jacinto salió del cementerio a las nueve del día, el sol comenzaba a ser molesto. Coloco su gorra y avanzo hacia la parada del camión. Fue ahí cuando la encontró de nuevo, era Bianca sin duda, con las mejillas blancas un tanto sonrosadas. Llevaba una mochila al hombro y platicaba con un joven.

 

La vio mover su cabello un par de veces y sonreír para el otro, tal y como lo hacía para él. Algo en su interior se revolvió, quería jalarla y pedir explicación. ¿De viva, también seducía a la gente?

 

– Te está engañando niño –pensó.

 

Bianca subió al autobús y como autómata la siguió. Se vio sentado detrás de ella. Observándola con cierto rencor. Esperaba que en cualquier momento volteara y danzara junto con él; que desaparecieran todos y estuvieran ellos dos, entregados a su momento. En cambio, ella lo ignoraba. Fingía que no lo conocía.

 

Bianca se levantó y él la imitó. Se pegó junto a ella y respiró su aroma.

 

– Bianca –susurró a su oído.

 

Las puertas del autobús se abrieron, Bianca bajó corriendo, y él detrás de ella. Tomó su brazo deteniéndola. Unos ojos asustados le miraron, no era Bianca, sino otra.

 

La mirada de la gente se clavó en él. Una especie de malestar se instaló. Sabía que desde hace tiempo las personas comenzaron a verlo así.

 

Una risa se escuchó en su cabeza. Bianca se burlaba y escondida entre la gente lo señalaba, riendo a carcajadas. El mundo giró y quedó inconsciente.

 

Cuando recobro la conciencia, estaba sobre la cama del cuarto de vigilancia. Fue extraño ver a Luis de nuevo, sentado a su lado y con rostro afligido. Jacinto no supo si era correcto avergonzarse o estar molesto.

 

Intento sentarse, la mano de Luis lo detuvo y lo regresó a la cama.

 

– Debe descansar Don.

 

Jacinto se quedó callado, no dijo nada. ¿Qué había que decir? ¿Qué era cierto, que era mentira? Era preferible no hacer nada.

 

– En casa estaba solo, por eso lo trajimos acá.

 

– Gracias –fue lo único que dijo.

 

Luis tenía compasión de él, le recordaba a su padre que tras una enfermedad había fallecido. Por eso cuando todos se quejaron de tener que cuidarlo, él acepto, no le costaba nada ser compasivo, probablemente el hombre se había excedido en la bebida. Luis lo comprendía porque a veces salía de juerga con sus amigos y al otro día terminaba enfermo.

 

Jacinto dormitaba cuando la noche llego. Una música melodiosa invadió el ambiente y él se levantó de su cama por inercia. Camino entre los pasillos hasta llegar a donde provenía.

 

Luis lo vio avanzar y lo siguió. Un escalofrió lo invadió. Jacinto escarbaba en un montículo de tierra. De dentro sacó un cadáver y comenzó a bailar un silencioso vals.

 

– Bianca, Bianca –escuchó decirle.

 

Luis no era de juicios, a pesar de eso sacó conjeturas. Bianca era la mujer que había engañado a Jacinto hace dos años y misteriosamente había desaparecido. Reconoció pronto la ropa, la había visto en fotos de los festejos.

 

Se acercó sigiloso, una vez ahí, asomo su rostro hacia el hueco recién escarbado. La sorpresa aumentó. Durante un tiempo en el periódico no habían hablado más que de eso. Las insólita serie de muertes de mujeres, cuya única coincidencia era la desaparición de su ropa. Luis ahora sabía a donde había ido toda.

 

Jacinto siguió bailando a la luz de la luna, abrazado a un cadáver con la carne podrida.

 

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